Hace frío. Deambulas por ciertas calles y te dices que has llegado temprano, lo suficiente para ponerte a escribir un par de cosas que te dejaron de trabajo hace unos días. Dudas un poco en sentarte ahí, con el frío y tu bufanda y esas personas que suben a los autos y te miran haciendo juicios sobre tu edad y la manera en que te sientas como si nada pasara en la banqueta. Crees que sería mejor ir a la panadería. Después de todo ya pasó la noche de reyes y lo mínimo que puedes llegar a hacer para sentirte un poco como en casa es chocolate. Invitaras a E. y quizá cenen juntos.
Ya dentro del local observas a la gente. Algunos comensales preguntan precios, otros llevan pasteles y finalmente ves las filas de las roscas. En realidad dices que una tamaño estándar es demasiado. Compras dos pequeñas, que casi parecen dos pizzas individuales. Pagas con la tarjeta y sales de allí pensando que la señora que vende chocolates y exclama ¡una ayudadita por el amor de dios! se ha tomado vacaciones.
Finalmente dan las seis y media, te diriges a la casa con zaguán blanco y tocas el interfon. Esperas unos minutos. La voz que ya conoces te pregunta quién es y hablas, dices tu nombre. La voz del otro lado exclama algo y tu esperas. Te abre una figura que no has visto durante varias semanas. Trae una blusa roja y notas que ha bajado de peso. El vendaje en la mano que recuerdas de la ultima vez que la viste se ha ido.
Platican, te pregunta como te fue en vacaciones. Le dices que la has pasado bien en tu casa, con tus abuelos, primos y padres. Le dices también que perdiste comunicación con el mundo… finalmente te dice que respires y hacen una especie de metidación. Al principio tu piensas muchas cosas, como que llevas un par de cervezas encima o porque no ladra el perro que siempre oyes desde el piso de arriba. Después empiezas a concentrarte y poco a poco te calmas.
Hablas. Le dices que desde que llegaste sientes una especie de ansiedad. Le dices las cosas que has pensado: la manera en que las personas se convierten en recuerdos, o cómo las personas van cambiando pero siguen compartiendo algo contigo y, entonces, permanecen. Hablas sobre el dolor y la tristeza. Quizá sobre un libro. A veces algo dispara una escena, un recuerdo, en el que estabas en la casa de Copilco y compartías cervezas y poemas y cuentos con un grupo de amigos. Uno de ellos hablaba sobre las comedias románticas, de porque tenían que terminar en el happy end y así tenían que recordarse. Después de ese momento ya no sería una historia feliz, porque las cosas seguirían su curso, la gente se haría vieja u obesa, o simplemente cambiaría.
En algún punto te pones muy sensible. Recuerdas también la plática con otra amiga, en donde te preguntaba qué hacer cuando ya habías vivido aquello que querías y se había acabado; cómo hacer para seguir si ya se fue esa experiencia por la que quizá estabas vivo. Entonces le preguntas a tu interlocutora cómo se debe actuar cuando el pianista ha encontrado SU obra y se la han quitado. Qué hacer cuando todo lo que pedías ya lo habías tenido, y se había ido. Entonces ella te dice que estas viendo una parte muy pequeña de la historia. Que el pianista está así de obsesionado porque le quitaron la partitura cuando mas intensa sentía la relación con la obra, pero que, en la vida real, de haber ejecutado muchas veces esa pieza, tal vez el pianista llegaría a cansarse o simplemente concluiría que quiere tocar otras cosas. Porque todos cambiamos, dijo.
Piensas que no habías hecho ese razonamiento, y que suena muy lógico. Recibes una llamada en tu celular pero dejas que tu interlocutora acabe y no contestas. Ella habla sobre su boda y la emoción que sintió al entrar a la iglesia. Después habla de su divorcio, y de cómo pasa el tiempo. Crees que es hora de irte, pero te cuenta unas cosas más. Tu estás callada porque estás recordando los versos de un poema. Los versos que dicen amiga a la que amo…te viene a la mente algo que no pasó, que quizá pasará dentro de mucho. Te entristeces de súbito al pensar que el anhelo de esa poesía es que la amada permanezca intacta a través del tiempo. Te dices que es muy bello pensar en los momentos mas intensos o mas tiernos de una relación y desear en que permanezcan siempre. Pero también es triste. Porque sabes (y el poeta sabe) que las personas cambian, y que habrán otros y otras en las historias de ese amado y esa amada y que el momento en el que estuvieron juntos pasará.
Limpias un par de lágrimas de tu rostro y empiezas a abrir y cerrar los ojos. Te despides de ella y la abrazas, bajas las escaleras estrechas y abres la puerta, sales. Comienzas a llorar de súbito y las calles te parecen tan repletas de absolutamente nada que el llanto llega incontenible Estas pensando en el pianista, en tus clases, en las llamadas por teléfono que nadie responde.
El timbre del celular suena nuevamente. Intentas calmarte antes de contestar. Al otro lado de la línea Antonio te saluda muy cordial, y a tí te da mucho gusto escucharlo. Te pregunta si estás en la ciudad y contestas que sí. Habla sobre una promesa que le hiciste de llevarlo a comer platillos yucatecos en un restaurante de Coyoacán. Te sorprende su precisión al recordar los detalles de lo que le dices y respondes que por qué no van mañana. Te cuenta que tuvo influenza (tu piensas que es demasiado preciso, que quizá así se diga en China pero que en México es una gripa y ya), quedan de verse en la puerta del colegio, te despides.
Ya te sientes mejor. Dices que llegarás a escribir pero estas demasiado cansada para eso. Sí, llegarás, te bañarás con agua caliente y prepararas café. Le dirás a E. que le trajiste una pequeña rosca pero el te dirá que ha cenado fuera. Cenarás sola en el comedor y después te irás a escuchar música a tu cuarto. Dejarás la computadora prendida y amanecerás con fiebre.
Lo demás ahora es un poco confuso, pero tiene que ver con clases canceladas, computadoras prendidas y la historia sobre un hombre que regresa a su pueblo cuando su padre ha muerto. También con una sesión de cursos en un bar, con una bufanda y limonadas.
En algún punto de esos días insostenibles recuerdas tu casa, lejos, y tu habitación hermosa y azul. la calma de esa habitación nueva con luces blancas se contrapone al alboroto general de las calles sucias y el estruendo de la gente en las plazas por las que transitas estos días.
Piensas en H., en su mirada insistente y su invitación a tomar cervezas en la Roma. También en las imágenes de animales destazados del mercado. Piensas en que se te ha muerto otra vez una planta, en que estás odiando el sol, en que perdiste unas recetas médicas. Te pones a pensar en qué tanto valen las experiencias. Respiras y dices que esto es lo que tienes que vivir, que a lo mejor, dentro de poco, tendrás que escribir sobre alguien que la pasa solo y que tu sabrás qué es eso y lo podrás poner en el papel. Tomas un poco de agua, te recuestas y ves más llamadas perdidas. Decides que quieres descansar, volteas hacia tu clóset nuevo e improvisado y ves abajo bolsas con ropa sucia.
Cierras los ojos; esperas que de un momento a otro llegue el fin de semana.
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