13 octubre, 2010

Historia número uno.
Cierra los ojos. Abre tu mano y siente. Esta piedra te la he traído de mi viaje a Turquía (o Singapur, o Egipto. Ponga usted, lector, el lugar que prefiera). Te la traje porque me acordé mucho de . Tómala, es tuya, te la regalo.

Historia número dos (la misma piedra)

Te traje esta piedra, la encontré en el jardín.

¿Cuál es la diferencia entre las dos piedras?


La narración. Lo que estamos regalando no es el objeto. Lo que regalamos es la historia.

(Esto nos lo dijo Santiago Cortés, en un seminario en donde él explicaba algunos puntos del Homo narrans, de Niles)

Una dinámica parecida hice con mis alumnos esta semana. Algunos captaron el mensaje, otros están demasiado preocupados por pasar física o geografía, o por verle las piernas a su compañera. Algunos, mientras explicaba a un chico que ponía atención, me dijeron: "Miss, la clase también está aquí". Eso me reanimó, les interesa, entonces, un poco.

Siempre he valorado que me regalen historias. Que me cuenten cosas. Las narraciones también son como bienes. Se intercambian por otras narraciones y relatos y a veces por otros menesteres. Soy una cómplice completa en cuanto empieza la cuenta (cuento: contar).

Leía el fin de semana, en un ensayo de Walter Benjamin, que la narración tenía que ver con la transmisión de experiencias, y, sobre todo, con el acto de encantar: el narrador es como el mercader que habla al cliente y lo encanta para que se lleve un collar hermoso.


He dicho bastantes veces que la palabra lleva consigo un doble filo. Y que es peligrosa. Un joven -que me regaló, en su tiempo, palabras "secretas"*- me dijo que sí, que no era segura, pero que eso y los besos en la mañana con el sol en el rostro, eran la manera más fiel que teníamos para comunicarnos.

No puedo creer la manera en la que me gusta ser encantada. La manera en la que me gusta encantar, también, a través de las historias. Alguna vez ya alguien me preguntó: ¿qué has perdido para necesitar tanto esa magia?** y no supe qué contestarle.

Sigue causandome extrañeza esta necesidad. Y me conmueve, sobre manera, cuando otro ser humano lee estas palabras y le significan cosas y también me cuenta una historia. Y me la obsequia.

Saber que en otro tiempo y lugar habrá un ser humano, uno, que lee. Que en una noche de insomnio, con la mayor lucidez que el tiempo permite, las cosas se salgan de control y que me escriba una historia. Que es parte, también, de nuestra historia.

Yo puedo pasar días muy felices cuando eso sucede.

Aunque "allá afuera" haya cosas más de "adultos" que recordar.



***

El fin de semana, pues, recibí palabras. Y sigo conmovida. Y pronto escribiré un poco más...

















*Guardar un secreto, como ese joven me dijo en aquellos tiempos, no significa "no decir ese algo a alguien". Guardar un secreto es valorar, como lo hace el otro, aquello que te dicen. Es guardarlo y apreciarlo en la dimensión en la que el otro te lo da y te lo confía.

**Se refería a la "Magia" de las historias. Yo estaba hablando de la sesión en donde me vestí de Scherezada y conté la historia de Las mil y una noches a los niños de primaria, en los tiempos de YBBY.


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De la tierra que vuelve

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