20 septiembre, 2010


Reconocerse en los ojos de otro...
en las manos de otro
en la voz de otro.

Y en su locura.

La vida es demasiado corta como para esperar que los otros se decidan, dijo. Yo me quedé callada mucho tiempo detrás de la bocina. ¿Verdaderamente quieres ser su amiga?, me cuestionó... y yo no contesté. Por mi mente pasó mi historia y dije que podría ser la historia de cualquier película palomera holliwoodense, en la que una mujer se lanza a la boda de su mejor amigo y le confiesa por fin que está enamorada de él. Oh sorpresa, la mujer termina bailando con un gay en la boda y la entonces esposa -que al principio sentía muchísimos celos- termina por aceptar que ese fue un amor de juventud pero que ahora ella tiene un amor "maduro" con él y entonces los tres quedan satisfechos con la decisión porque, ¿sabes?, así es la vida.

Pero entonces recreo la posible escena. Será afuera del cine en donde nos citamos un par de veces. Será dentro de su auto, cuando vaya a dejarme a casa. O simplemente un día abriré el msn y la conversación me hará caer en la espiral. Patético, de cualquier forma, decirle al otro lo que siente habiendo una pantalla de por medio.

Pienso en él y lo que evoco es un pez dorado y una pecera con orillas azules. También una raqueta de plástico, y los primeros acordes de una música que no me atrevo a nombrar. Pienso en un cuento que le hice donde una serpiente se comía a un hada, o en sus ojos que yo imaginaba como los de Aura, o en su caminata detrás mío en el patio de una enorme escuela.

Pienso en Hawking, en los poemas escritos en noches frías en Hidalgo. En mis ojos brillantes de colegiala después de encontrarme con él o en las palabras angustiadas de mi madre por verme hacer castillos sin tierra.

En la última carta que escribí le dije que yo iba a estar ahí siempre. Ahora me pregunto cuál es la manera más honesta de estar. Si debo matar mi deseo para que él pueda, por fin, verme. Matar el deseo para que pueda por fin, verlo. Destruir la historia platónica de dos niños que jugaban a tocar sus dedos detrás de una cortina, y construir una historia nueva (la que sea).

No quiero ser egoísta. No quiero salvarlo para no perder el hilo de Ariadna que me conduce a aquella que fui. De la idea de aquella que fui. No quiero sólo verme a través de la historia. Quiero verlo. No sólo adivinarlo.Quiero verlo.

Todavía no tengo que correr a otro país para su boda. Tampoco es que secretamente no quiera “esperar” a que, de nuevo, los astros nos pongan en la circunstancia adecuada. Esas “circunstancias mágicas” no existen. Existen las coincidencias, existe un turno en el que conoces al otro, y las decisiones que tomas al tiempo.

La vida es demasiado corta como para esperar que los otros se decidan, dijo. Y yo reparé en los personajes de algunas novelas que están concientes de su muerte y que mueven delicadamente la cuchara del café, como queriendo aplazar lo inevitable...


[Imagen tomada de este sitio]

2 andantes dijeron:

Débora Hadaza dijo...

chassssss leerte Samia, leerte es ... bueno así es la vida no? qué se debe hacer o decidir? quien sabe, no importa, cada quien hace su propia pelicula gringa, francesa o mexicana.

besos

Sybila dijo...

Deb: así es. Je, alguien dijo hace poco que mi película sería una en donde un hombre se despierta con el departamento inundado y y con una cola de cocodrilo de plástico atrás...

En fin, que hay que decir las cosas, aunque nuestro guión esté medio chafa.

Un abrazo Deb!

De la tierra que vuelve

De la tierra que vuelve
Cedros de Líbano
 

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