Desde hace algunos años no leo poesía. Es decir, no leo poesía como lo hacía antes. Lo primero que se me viene a la mente es pensar en por qué dejé, hace mucho, mucho más años, de ensayar los acordes azarosos de nocturnos o sonatas que aún conservaba en mi memoria. Por qué, también, los había dejado perder.
Sí, leo. Pero no leo con el mismo arrojo. Leo a cuenta gotas, para no olvidar que si descubres algo en un poema es porque ya lo llevas dentro.
He decidido leer diario por las noches. Sí, poesía. Repaso el filo de los libros y me pregunto si ya estaré preparada para tanta lucidez.
4 andantes dijeron:
No dudes. Estás listas.
Usted está listo también para dejar ir a los muertos.
Los muertos ya no regresan. Menos aún si se trata de aquellos que nosotros mismos hemos sepultado.
Podemos traer flores, brindar cantos. Podemos querer desdoblar la realidad para que ellos oigan nuestra voz y nos contesten.
Pero nuestro tiempo con ellos pasó. Conjurarlos para oírlos de nuevo sólo los hace más grises.
Si cuando estaban vivos no pudo hacer lo suficiente, deje de ser egoísta y no los perturbe.
Puede recordarlos en silencio. Estoy segura que ellos, donde estén, agradecerán esa última ofrenda.
Dice la palabra
¿dice la palabra
lo que el silencio calla?
¿lo que no puede éste,
lo que astilla, sin querer, lo dice?
¿dice lo cierto la palabra?
¿qué lleva adentro que,
nacida apenas, incendia
sus vestidos?
¿la palabra es como mi amor
cuando te vas?
como mi amor cuando te vas
es la palabra
Roguelio Guedea
El tiempo no cura las heridas del tiempo. Wermer Aspenström.
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