I
Siempre tuvieron en un cuarto lúgubre su figura. La ventana que la higuera estaba a punto de romper no ayudaba; entre las ramas del árbol se oía el aire traspasando las hojas secas y sobre la tierra el ruido de los perros rompiendo con su paso la hojarasca. Traspasando las paredes, ese patio, su crujir de grillos.
La iluminación, dentro del cuarto, era muy ténue. Había una cama matrimonial pegada a la pared y una individual en el otro extremo, contigua a un ropero destartalado de madera. Remataba la habitación un altar con una serie de cuadros de escenas de apóstoles y santos. A la orilla, una cruz de San Benito, plateada. En el centro, colgado de la pared, la imagen del Sagrado Corazón. Sobre el altar la figura clemente de la virgen, con un largo manto azul.
II
A veces, tres de las niñas más grandes jugaban allí. Era un buen lugar para que no se oyera el estrépito que, con sus juegos infantiles, causaban. Un día, cuando las tres primas saltaban sobre el colchón, salió, de entre el hueco de la pared y de la cama, una tarántula. La más pequeña quiso tocarla. Era ella quien en ese momento llevaba puesto le manto de la virgen y daba volteretas desordenando las sábanas. La más grande pensó que era un adorno; la imagen que conserva es de una estrella de mar, totalmente negra, que contrastaba con el color verde agua marina de la pared. La chica de mediana edad dio un salto para bajarse al piso y gritó algo que ninguna de las tres recuerda.
III
La tía Lupe, que hacía las obleas para el padre, se acercó con su cuerpo ovachón hacia donde estaban las niñas. Gritó al ver la mancha que en ese momento se erizaba y -no se sabe como- sacó a las tres chicas de la pieza. Los hombres de la casa llegaron tiempo después, pidieron utencilios. Cerraron las puertas.
Las niñas estaban espantadas. La madre de la más pequeña no dejaba de besar el rostro de su hija. Ninguna de ellas sabía bien a bien que animal era, o si era venenoso, si tenía un nido o crías, o cómo se metió.
IV
A las niñas les dieron dulces. Dos de ellas quizá fueron curadas de espanto con unas hierbas. Las tres tomaron té limón. La pequeña observaba fijamente un envase de pomada de la campana, lleno de hormigas, sobre la mesa.
Lupe se acercó dulcemente a ellas. Dijo que la Virgen se había enojado porque habían tomado su manto para jugar, y por eso había mandado, para espantarlas, una tarántula.
La mayor abrió los ojos, sus pupilas estaban dilatadas. La de enmedio rió picaramente y empezó a jugar con las cortinas limpias encima del sillón. La menor se acercó al cuarto y observó el rostro pálido y balsámico de la virgen. Debió musitar, tal vez, una especie de plegaria.
Aprendió que la madre de Dios es misericordiosa,
y vengantiva.
Siempre tuvieron en un cuarto lúgubre su figura. La ventana que la higuera estaba a punto de romper no ayudaba; entre las ramas del árbol se oía el aire traspasando las hojas secas y sobre la tierra el ruido de los perros rompiendo con su paso la hojarasca. Traspasando las paredes, ese patio, su crujir de grillos.
La iluminación, dentro del cuarto, era muy ténue. Había una cama matrimonial pegada a la pared y una individual en el otro extremo, contigua a un ropero destartalado de madera. Remataba la habitación un altar con una serie de cuadros de escenas de apóstoles y santos. A la orilla, una cruz de San Benito, plateada. En el centro, colgado de la pared, la imagen del Sagrado Corazón. Sobre el altar la figura clemente de la virgen, con un largo manto azul.
II
A veces, tres de las niñas más grandes jugaban allí. Era un buen lugar para que no se oyera el estrépito que, con sus juegos infantiles, causaban. Un día, cuando las tres primas saltaban sobre el colchón, salió, de entre el hueco de la pared y de la cama, una tarántula. La más pequeña quiso tocarla. Era ella quien en ese momento llevaba puesto le manto de la virgen y daba volteretas desordenando las sábanas. La más grande pensó que era un adorno; la imagen que conserva es de una estrella de mar, totalmente negra, que contrastaba con el color verde agua marina de la pared. La chica de mediana edad dio un salto para bajarse al piso y gritó algo que ninguna de las tres recuerda.
III
La tía Lupe, que hacía las obleas para el padre, se acercó con su cuerpo ovachón hacia donde estaban las niñas. Gritó al ver la mancha que en ese momento se erizaba y -no se sabe como- sacó a las tres chicas de la pieza. Los hombres de la casa llegaron tiempo después, pidieron utencilios. Cerraron las puertas.
Las niñas estaban espantadas. La madre de la más pequeña no dejaba de besar el rostro de su hija. Ninguna de ellas sabía bien a bien que animal era, o si era venenoso, si tenía un nido o crías, o cómo se metió.
IV
A las niñas les dieron dulces. Dos de ellas quizá fueron curadas de espanto con unas hierbas. Las tres tomaron té limón. La pequeña observaba fijamente un envase de pomada de la campana, lleno de hormigas, sobre la mesa.
Lupe se acercó dulcemente a ellas. Dijo que la Virgen se había enojado porque habían tomado su manto para jugar, y por eso había mandado, para espantarlas, una tarántula.
La mayor abrió los ojos, sus pupilas estaban dilatadas. La de enmedio rió picaramente y empezó a jugar con las cortinas limpias encima del sillón. La menor se acercó al cuarto y observó el rostro pálido y balsámico de la virgen. Debió musitar, tal vez, una especie de plegaria.
Aprendió que la madre de Dios es misericordiosa,
y vengantiva.
0 andantes dijeron:
Publicar un comentario