...pero, sobre todo, habrá historias en las que no podremos mentirnos. Es como querer fabricar un recuerdo, tú y yo a lado de las luces, sosteniéndonos las manos y jugando a reconocer las nuevas heridas de los dedos.
Preguntarte con los ojos ¿Cómo te paso esto? y que me digas que se rompió un vaso en tu mano, que lo estrellaste contra la pared porque te enojaste. Creer que de verdad que los restos de vidrio te dejaron esa elevación en la carne, y que no golpeaste a un tipo hasta desangrarlo sin estar seguro de que él había robado a tus amigos. Dejar de lado la parte en donde él trato de defenderse con los restos de un envase roto de cerveza.
En fin, tomar tus manos y tus dedos largos, casi como de personaje de Burton. Cerrar los ojos y acercarme, poquito a poquito, hasta tu pecho. Que tu me abraces y entonces yo logre oler un perfume en tí que poco a poco reconozco. Que tu bailes la pierna nerviosamente y casi digas que necesitas un cigarro. Pasar mi mano entre tu cintura y que me abraces y te tranquilices. Qué me digas mujer mía, me encantas. Que se te haga extraño mi silencio pero que no importara porque yo volvería a ser tierna, a tocarte con las manos sin disertarte todo un discurso acerca de la representación de las manos; del asombro que provoca el otro, de su extrañeza, del acercamiento más inmediato que tenemos con esta parte del cuerpo tan sensible. Qué nunca hayas visto La Catedral de Rodin y que no lo necesites -ni lo necesite- absolutamente. Qué me hables sobre el amancer que viste mientras fumabas mota y escuchabas música que yo no conozco. Qué dejemos de decir palabras. Y sólo sonrías.
Y sólo sonrías.
Preguntarte con los ojos ¿Cómo te paso esto? y que me digas que se rompió un vaso en tu mano, que lo estrellaste contra la pared porque te enojaste. Creer que de verdad que los restos de vidrio te dejaron esa elevación en la carne, y que no golpeaste a un tipo hasta desangrarlo sin estar seguro de que él había robado a tus amigos. Dejar de lado la parte en donde él trato de defenderse con los restos de un envase roto de cerveza.
En fin, tomar tus manos y tus dedos largos, casi como de personaje de Burton. Cerrar los ojos y acercarme, poquito a poquito, hasta tu pecho. Que tu me abraces y entonces yo logre oler un perfume en tí que poco a poco reconozco. Que tu bailes la pierna nerviosamente y casi digas que necesitas un cigarro. Pasar mi mano entre tu cintura y que me abraces y te tranquilices. Qué me digas mujer mía, me encantas. Que se te haga extraño mi silencio pero que no importara porque yo volvería a ser tierna, a tocarte con las manos sin disertarte todo un discurso acerca de la representación de las manos; del asombro que provoca el otro, de su extrañeza, del acercamiento más inmediato que tenemos con esta parte del cuerpo tan sensible. Qué nunca hayas visto La Catedral de Rodin y que no lo necesites -ni lo necesite- absolutamente. Qué me hables sobre el amancer que viste mientras fumabas mota y escuchabas música que yo no conozco. Qué dejemos de decir palabras. Y sólo sonrías.
Y sólo sonrías.
***
3 andantes dijeron:
que lastima no?
saludos y abrazos
Que bello y que triste... esas nostalgias, esos momentos, un lo lamento debería bastar mientras venga del alma, porqué no es así? porqué siempre hay algo más?
besos sam!
Señorita: usted solo tenga en cuenta que las impresiones que una persona deja en los otros a veces son imborrables...
(las buenas y las malas)
Por lo menos disfrutaste el concierto.
Besos
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