I
Pensaba irme el jueves. Tomar mis tres horas de sueño y abordar el autobús sin planes tan precisos. Ir a visitar a mi abuela, dormir tal vez en casa de mi tía M. y hablarle a mi tía A. Llegar el jueves para ir a la presentación del libro y que mi tía M. me acompañara. Decirle a N. que no le hablé en su cumpleaños pero que pensaba hacerlo hasta que me di cuenta de que habían pasado cuatro meses. Que no sabía nada de las constancias del congreso pero que en realidad lo que quería contarle era que la pareja de Taxco no escribió (pero lo relevante de eso, pensé luego, era que tal hecho me importara)
En vez de eso viajé el viernes por la tarde, con un morral al que le cabía una libreta, la cartera y una muda de ropa. Mi madre asegura que me dijo más de tres veces el nombre del hospital, pero yo no lo recuerdo. Llegué a la terminal de mi destino (suena tan patético eso) y subí a un taxi. Le pregunté cuánto nos tardábamos. Me dijo que unos veinte minutos porque había mucho tráfico. Pensé en voz alta y dije que veinte minutos eran muchos. El conductor preguntó si llevaba prisa. Le dije que sí.
Cuando llegué, corrí, escaleras arriba. Había mucha gente y los pasillos me parecieron laberintos de hormiguero. La gente iba y venía y había cobijas en el piso. Olía a sudor, pero más bien, a cuarto sin ventanas.
Pensé que mis tías estarían afuera de terapia intensiva. Me fue difícil imaginarlas en esas sillas de plástico, cuando, años antes –recuerdo que contesté un par de guías de universidad en esas circunstancias- había un sillón negro muy grande y una máquina de café no tal malo a lado. No vi a nadie. Marqué a la tía S. que pensé, acertadamente, estaría coordinando todo. Me dijo que me había equivocado de hospital. Yo no llevaba ya tanto dinero y el crédito se me acabó con el rooming de esa llamada. Salí de allí y pregunté por el otro hospital, estaba bastante cerca. Llegué por el lado de urgencias. Había una puerta que decía ‘mantener cerrada’ y allí las personas más bien parecían bultos conectados a aparatos que para mí no cobraban ningún sentido. Había policías corriendo a más personas. Ojos llorosos, sangre; discursos caóticos con preguntas que probablemente quedaron sin responder.
Finalmente llegué a terapia intensiva –a esa- y otra vez no encontré a nadie. No quería atravesar de nuevo por ese pasillo y me decía que no era posible irme sin verla. Llegó un mensaje que me hizo pensar en lo notable de la organización de mi familia: “tus tías están en la cafetería, ahí te esperan”
II
Comí algo. Mis otras tías le informaron a S. que ya había llegado. Habían dispuesto que, dado que las visitas habían acabado hacía unos cuarenta minutos, esperara un poco y fuera yo la que entrara y le diera de cenar. Yo asentí. No le había avisado a mi madre donde estaba y me dijeron que M. había estado ya en el hospital, y que había pensado que llegaría a la presentación del libro. Di excusas –no menos insalvables- y lo más relevante que anoté es que entregué un capítulo, largo, necio, frío. Y que no supe de mí después.
El servicio de la cafetería no era del todo bueno, pero estaba barato. Cancelé un jugo porque ya era hora de irnos y la chica –que no se daba abasto- no lo había traído en media hora. Soy impaciente, sí, lo sé.
Cuando llegamos nos dijeron que la cama cinco estaba ya deshabitada. A mí las cosas me llegan después, supuse, y fui la que más quieta se quedó. Después el policía nos dijo que a la señora que estaba allí la habían subido a piso. Mis tías se enojaron bastante porque no les avisaron. Yo sólo las seguí al nuevo hospital, con el paso de quien hasta ese momento evadía las reminiscencias de una cabeza llena de canas, unos ojos resignados y un tubo en medio de la traquea.
III
Eran pabellones. El hospital, sí, nuevo, era grandísimo. El cuarto era enorme y tenía alrededor de ocho camas separadas por cortinas de un color que no distingo (¿diferencia entre el caqui, el café y el beige? ) mi abuela estaba ansiosa, decía que no podía respirar. Después llegaron otros tíos a quienes preocupó, al igual que nosotras. Sonaban y sonaban celulares. Solicitaron camilleros para cambiarla de posición y en lugar de eso llegaron policías. No podíamos estar varias personas, así que yo me senté en el lugar menos visible para que las enfermeras no se percataran de que estaba allí. Pero sí, se percataron.
Cuando mi abuela me reconoció preguntó que cómo estaba. Le dije que bien. Sonrió. Me dijo que si acababa de llegar de México. Asentí. Después le di un beso y le dije que la quería. Sonrió de nuevo. Hubo un silencio. Entonces le pregunté que cómo había estado Guanajuato –mi tía A. le regaló en enero un viaje a Guanajuato, mi abuela no lo conocía- y ella sonrió más y entonces supe que estaba recordando. Entonces comencé, como desde hace mucho no lo hacía, a platicar con ella, a caminar con ella en esos callejones empedrados y a hablar sobre los ángeles de las iglesias. Ella busco mi mano y me apretó. Yo me preguntaba que si me las había lavado, si estaban sucias.
La tía T. me dijo que saliera, que la tía A. estaba en espera de entrar. Yo dije entonces quería llegar a casa de mi tía M., pero que no tenía la más remota idea de cómo irme desde ese punto. A. me dijo que si la esperaba ella me llevaba. Le dije que sí. Me senté en las escaleras blancas. Saqué la libreta. Empecé a garabatear.
IV
Terminé en la casa de T.
Al día siguiente I. y yo hicimos guardia en el hospital. Platiqué mucho con ella. Después llegó mi abuelo y fui yo la encargada de llevarlo a desayunar algo. Tardamos alrededor de dos horas y media. Me contó de su operación de corazón abierto. Yo no dejaba de pensar en el seminario del jueves; en nuestra épica personal.
V
Ese día A. llegó muy tarde a relevarnos. Eran tal vez las siete y ni T, ni I ni yo habíamos comido. A. Me llevó un artículo. En realidad tenía planeado salir del hospital temprano y viajar todavía una hora y media para ir a visitar a mi mamá. En vez de eso terminé cenando con T., I., el esposo de T., y mi abuelo. Después me fueron a dejar a casa de mi tía M. Sólo avisé donde dormiría.
VI
N. estaba muy linda, llevaba una falda negra, el cabello largo y suelto. Cuando entré sostenía con una mano una copa de vino y con la otra una charola con botanas. Me dijo que Rocío estaba arriba, me invitaron a subir. Mi tía M. me dijo que ese día habían ido al hospital, le dije que yo había estado allí, pero no habíamos coincidido. Me dijo que la presentación estuvo linda. Sonreí.
A los pocos minutos llegaron Mk y su amigo. N. me dijo entonces que tenían una fiesta, que si me quedaba podíamos ir. N. se puso entonces los anillos que compró en Taxco. Yo le dije que rara vez me quitaba el mío.
VII
El lugar era bastante amplio. El bar era una especie de cabaña un tanto lúgubre, con luces rojas, amarillas y verdes. El lado en el que era la fiesta daba la impresión de ser un patio grande, con la misma decoración. Había un DJ que mezcló lo mismo música electrónica que los ángeles azules. Nos recibieron con un par de cervezas. El chico de la fiesta cumplía veintisiete. Llevaba un sombrero que a mí me pareció estilo Chaplin, pero probablemente eso se deba a mi incapacidad para clasificar o distinguir sombreros. Traía puesta una sudadera roja. Gran parte de las bebidas yacían sobre una mesa de ping –pong. Hacía mucho frío y Rocío llevaba encima de la blusa una chamarra de mezclilla. Me dijo en algún momento que si era luna llena, le dije que no sabía. Me dijo entonces que sería al otro día; yo dije –sin causa justificada- que probablemente sí.
En la fiesta N. me presentó a su primo. Llevaba una sudadera blanca y una bufanda. Él me preguntó si yo era de allí, le dije que no exactamente. Me preguntó entonces qué hacía en la ciudad. Le dije que estaba de visita, que mi abuela estaba enferma. Guardó silencio unos instantes y me preguntó también que como estaba ella. Le dije que estable, pero no bien. Después comenzamos a hablar de su parentesco con N. yo le dije que a mí me gustaba mucho estar en casa de N. y mi tía M. Él me dijo entonces que si me gustaba el ambiente un tanto hippie. Yo me reí.
Bailamos separados algunas piezas, después llegó una cumbia y no hubo más que arrimar mesas y sillas. Para cuando el DJ terminó ya teníamos en común habitar en la misma ciudad caótica y haber dejado en la misma tierra a varios familiares. En algún momento me habló sobre la lectura silenciosa relacionada con la historia del libro. Yo pensé entonces en la letra y la voz y en que, en otra época, leer era, también pronunciar
Pero esta vez sólo lo pensé.
VIII
La fiesta se pasó a otro bar. No me di cuenta de la hora y cuando menos lo sospechamos ya estábamos N., su primo y yo corriendo tras la camioneta de Mk, que impaciente de esperar había decidido dejarnos. Hacía mucho frío y a pesar de eso N. gritó y gritó para alcanzar la camioneta que pudimos ver salir del estacionamiento. Quien se adelantó fue su primo y en un semáforo en rojo subió a la camioneta. Atrás venía una patrulla que seguramente observaba con ganas de mordida el espectáculo. El primo de N. Abrió y subimos. N. se enojó demasiado. Mk arguyó que estuvieron esperando en el frío terrible a que N. terminara de despedirse. Más que molesta, yo estaba desconcertada. A Mk yo lo recordaba de hace muchos años, cuando mi abuela nos hacía fiestas con pasteles, piñatas y una interminable cantidad de gente. Mk nos lleva a N. y a mí, no sé, tal vez nueve años. Hay fotos donde Mk está con Rocío partiendo la piñata, comiendo gelatina, bailando. Mk se convirtió ahora en una especie de galán con barba partida, a mi juicio un tanto bobo. Rocío era otra cosa, muy otra.
Dieron las cuatro de la mañana. Llegamos a la casa de la tía M. y N. abrió el zaguán. No tuve tiempo de despedirme de los tres hombres que quedaban dentro. Tal vez sólo balbucee un ‘nos vemos’. La camioneta se alejó sin hacer mucho ruido. Yo sólo quería dormir. Tal vez –más bien si lo hice- pregunté al aire ¿qué onda con la correteada? Y N. me respondió algo que quizá en otro momento no hubiera respondido.
IX
El día empezó la tarde siguiente. Bajamos a comer, yo siempre he sido adicta a ese jocoque con especias que hace mi tía. Le conté que preparé el falafel y que a base de ensayo y error había salido una cantidad a penas suficiente para la comida, que les había gustado a los comensales y todo había salido bien. Le pregunté también con qué molía los garbanzos. Me dijo que podía usar un poco de leche. Le dije que ahora comprendía todo. Me preguntó que si por lo menos les había echado agua. Yo le dije que no. Me preguntó entonces que si no se había quemado el motor de la licuadora. Le dije que de hecho sí, y que de paso también mis neuronas. En todo conocimiento hay víctimas, repuse.
Mis padres hablaron por teléfono, llegaban a la ciudad y se dirigían al hospital. Pasaron por mí. Al ver a mi hermano –que iba con ellos- hice un comentario sobre sus lentes, hicimos bromas sobre su nuevo look estilo conductor de D.D.C. y nos tomamos una foto con N. A ella le dije, provincianamente, que en distrito podía caerle porque allí tenía su casa. Mis padres y mis primos –que sí, también venían con ellos- comieron con mi tía M. y de paso N. y yo ‘taqueamos’ un poco más.
Antes de irme mi tía me dijo que en la presentación compró el libro y pidió que el autor lo dedicara a G.S.B. Èl, entonces, preguntó si M. era mi madre. Ella dijo que no, más bien la tía. También preguntó que cómo estaba. Mi tía M. le dijo que bien.
Me dio el libro con una dedicatoria linda. Yo sonreí y me dije que hubiera sido sí, también lindo, estar ahí...
Di un abrazo grande a M. y N., dije que escribiría.
X
Fui con el tiempo un poco encima a despedirme de la abuela. Me dijo que extrañaba mis cartas. Yo sonreí sin prometer. La besé otra vez y dije cosas que la pusieron de buen humor. Luego me dirigí a mis tías y apunté que estaría pendiente.
Me despedí de mi madre a quien ese día le tocaba guardia, mi padre me llevó a la terminal.
Qué tengo, sí, muchas razones para estar aquí,
Y tal vez, quizá por eso, muchas para irme.
4 andantes dijeron:
muchas razones para estar aqui, y quizá por lo mismo muchas para irme.
creo que mas que citarte casi parafrasee, ultimamente no retengo frases completas, me gusta como escribes pero me hiciste bolas con tantas iniciales, jajaja, un abrazo.
a veces cuando te leo me duele esa vida que parece que se te va y tiembla como las luces en la laguna...
Mándale esto a tu abuela, a manera de carta, creo que le gustaría mucho...
Yo también creo que a veces echar raíces es una forma de cárcel, pero...hoy todo parece ser una forma de cárcel, es cosa de escoger la más cómoda, no?
Saludos, nos estamos viendo, y no te vayas :D
Deb: me hiciste pensar mucho con eso último. Tienes razón, a veces pienso que no se me ha quitado del todo la nostalgia. Tampoco sirve cambiar de nombre. Lo más trágico es que pienso que un día de veras se me olvidará todo. Y ni si quiera me quedará pensar en la vida que se me fue...
Ojalá platiquemos pronto, besos
El otro yo: mi abueeeeeeela, jeje, es re linda, le voy a escribir, si, de verdad. Pues sí, alugien me dijo una vez que las personas nos ataban. Concuerdo en parte con eso. En parte también creo que es un nuestro -en mi caso mío de mí- miedo a comprometerse. Porque echar raíces te involucra con las personas. Y eso, de muchas maneras es lindo, pero de muchas maneras, también, duele.
Pues nos estamos viendo... no, no me iré, es que de repente me pongo medio EMOcionante... jejeje
Besos
Un fin muy egitado;
-así es la vida, justo como arturo ripstein dijo: tragica, injusta, ofusca pero a mi me gusta- bocafloja.
Paz.
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