16 enero, 2009



I
... yo tenía una caja de madera. La compré un día, en un mercado de un lugar cuyo nombre todavía me cuesta deletrear. Recogí y guardé en ella un poco de tierra del jardín de mi abuela. Le puse encima cuentas de un collar roto, un arete en forma de mariposa, un llavero que hice con parte de una pulsera que tejí hace muchos años, algunas flores secas, un par de hojas verdes y algunas piedras pequeñas que guardaba junto a mi ventana. Escondí allí una pieza de papel.

En esa caja iba sembrando letras.

Soy una mujer de rituales someros, de prácticas visibles. Cuando las letras se hicieron poco a poco palabras, la caja también poco a poco, desapareció.

A veces pienso que, si alguien la guardara, tendría mucho de lo que fui en ese entonces. Porque muchas veces la materia, sus imperfecciones, su olor, su color desgastado y su aparente simpleza es la forma en que los seres comunes y corrientes accedemos a lo más imperceptible de otros seres...


De un tiempo para acá, mi caja no es de madera, es de palabras. Su contorno es negro y blanco. Dentro he sembrado instantes en potencia, fragmentos de tiempo que quisiera recordar y otros tantos que todavía no han pasado pero que ya nacen de pronto, así, como si respiraran...

[Imagen de: Steve Sabella]

3 andantes dijeron:

Eric Uribares dijo...

lindo texto

muchos besos barbudos¡¡¡

Sybila dijo...

Graxias Don!

besos para vos también

Débora Hadaza dijo...

me encanta como escribes, me encanta, es como paladear algo tan sabroso que tienes que cerrar los ojos

De la tierra que vuelve

De la tierra que vuelve
Cedros de Líbano
 

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